El problema ya no es solamente que no llegan las vacunas sino la desorganización de un proceso que avanza lento.
En Guayaquil, hoy continuaron inmunizando a personas de la tercera edad y en el exterior de los sitios señalados centenares de personas en filas largas como el destino, como un destino incierto.
Porque uno sabe a qué hora llega pero no la hora a la que va a recibir su dosis. Las escenas que se viven en los centros de vacunación solo indignan.
Hay personas en sillas de ruedas y con otras ayudas para su movilidad y todos tienen que esperar sin importar qué tan avanzada sea su edad o si tienen alguna otra molestia. Encima la burocracia.
Horas había que esperar para pasar de la puerta y comenzar una segunda espera, sentados pero esperando igual. Porque el desorden es la norma y es tan grande que pueden llegar a subvertir hasta los adagios populares.
Y es que aquí no es mucho lo que se pide, solo un poco de sentido común, de humanidad quizás, de compasión si se quiere. Pero que nadie crea que esto solo pasa en Guayaquil. En Latacunga la historia se repetía: citados a una hora y a la hora de la cita nada. Acá si hubo vocero.
Un funcionario que da la cara y cuenta que son cincuenta personas las que dispusieron para la vacunación, pero si les preguntan cuantas vacunas van a poner, entonces, el desastre. Desde el ministerio cuentan que el problema se agudiza porque hay personas que llegan muchas horas antes de su cita y que entonces las aglomeraciones. O sea que la culpa también es de la gente por llegar temprano en lugar de confiar abiertamente en la eficiencia de un Estado que ha hecho de todo y más para no tener esa confianza.
Pero después de tanto y de todo llegaba la vacuna y era como que se olvidaban de todo lo que recientemente habían pasado. Aunque no dejan de esperar que haya correctivos para la próxima vez. Aunque sepan en el fondo que la realidad siempre puede ser peor, que la semana santa ya pasó pero no su viacrucis.